domingo, 26 de agosto de 2012

Por una escuela pública, laica y literaria

Maravilloso texto de Gustavo Martín Garzo aparecido en El País de hoy.


Por una escuela pública, laica y literaria

Se educa al niño para decirle que, por muy raro que pueda parecer, es posible la felicidad

 

Son numerosos los cuentos infantiles que giran sobre el temor de los niños a ser rechazados por los adultos. Suelen terminar con el regreso a casa de sus pequeños protagonistas. Cuando esto sucede, ya no son los mismos que aquellos que fueron abandonados. Se han enfrentado a los peligros del mundo y regresan preparados para asumir los compromisos del crecimiento. Y lo hacen, esto suele olvidarse, portando con ellos los tesoros del mundo de la infancia: las riquezas de la bruja, la gallina de los huevos de oro, el botín que se guardaba en la cueva de Alí Babá.

Los cuentos maravillosos contienen una enseñanza para niños y adultos. Al niño le dicen que la vida es extraña, y que tendrá que enfrentarse a numerosos peligros al crecer, pero que si es noble y generoso logrará salir adelante; y al adulto, que no debe abandonar del todo su infancia, pues su vida se empobrecerá si lo hace. “Somos todos”, escribió Ortega, “en varia medida, como el cascabel, criaturas dobles, con una coraza externa que aprisiona un núcleo íntimo siempre agitado y vivaz. Y es el caso que, como el cascabel, lo mejor de nosotros está en el son que hace el niño interior al dar un brinco para libertarse y chocar con las paredes de su prisión”.

Nadie puede discutir el papel que ha representado la escuela pública en esta reivindicación de la autonomía de la infancia, ni el esfuerzo que se han visto obligados a realizar varias generaciones de maestros y maestras para lograr una enseñanza que no se dirija a un niño privilegiado sino al niño único, a ese niño que en el fondo son todos los niños, al margen de su sexo, clase, raza, religión o capacidad.

La enseñanza debe ser pública, laica y, como afirma Federico Martín Nebreda, literaria. Sólo siendo pública se asegurará la igualdad de oportunidades, y la atención a los menos favorecidos; sólo siendo laica, sus valores serán los principios universales de la razón y no estarán dictados por ninguna iglesia ni sujetos a dogmas particulares. Y sólo siendo literaria el adulto acertará a ponerse en el lugar de los niños y a mirar por sus ojos. Porque es verdad que los niños van a la escuela a aprender una serie determinada de saberes, matemáticas, geografía, ciencias naturales, pero también a hablar con esa voz que sólo a ellos pertenece y que hay que saber escuchar.

A la educación racional, basada en la trasmisión ordenada de conocimientos objetivos, debe añadirse otra, basada en el amor y en el reconocimiento del valor y el misterio de la infancia. Montaigne no aprobaba la pasión de hacer carantoñas a los recién nacidos, por considerar que carecían de toda actividad mental y eran indignos de nuestro amor, llegando a no soportar que se les diera de comer en su presencia, y durante mucho tiempo el niño que era demasiado pequeño para participar en la vida de los adultos era considerado un ser inferior que debía permanecer en el ámbito doméstico y de las mujeres. Pero el niño es algo más que una criatura imperfecta a la que hay que llevar de la mano hasta que se transforme en alguien semejante a nosotros. El niño, como ha dicho François Dolto, es el médium de la realidad. Su voz, como la del poeta, es la otra voz, la voz que nos sitúa en el ámbito de esas experiencias básicas, la del conocimiento, la del amor, la de la imaginación, sin las que nuestro corazón se agostaría inevitablemente.

Por eso la escuela debe ser literaria y el maestro, antes que nada, alguien que cuenta cosas. Un maestro no necesita para esta tarea que los niños le entiendan, debe arreglárselas para que le sigan, para que vayan donde él va. Como el flautista de Hamelin, debe contagiar a los niños su felicidad y su arma para lograrlo son las palabras. No las palabras de las creencias, que le dicen al niño cómo debe pensar y vivir; sino las palabras libres del relato, que le animan a encontrar su propio camino. Sherezade encanta al sultán con sus historias y así logra salvar la vida; la Pequeña Cerillera ilumina el mundo con sus frágiles fósforos, y en un cuento de Las mil y una noches un muchacho ve cómo un grupo de ladrones hace abrirse la montaña donde guardan sus tesoros con una palabra. Las palabras de la escuela deben ser ese ¡ábrete Sésamo! capaz de abrir las piedras y llevar al niño a la cueva donde se guardan los tesoros del corazón humano. Pero también, como las llamas de la cerillera, deben ayudarle a ver el mundo. No sólo a ver mejor, sino a ver lo mejor, como quería Juan de Mairena.

Rainer Maria Rilke escribió que la verdadera patria del hombre es la infancia. Frente a la idea de la infancia como un mero estadio de transición hacia el estado adulto, el poeta alemán postula la autonomía radical de la infancia. Aún más, la ve como un estadio superior de la vida, como esa patria a la que antes o después es necesario volver. George Bataille dijo que la literatura es la infancia recuperada; George Braque, que cuando dejamos de ser niños estamos muertos; y J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, que los dos años son el principio del fin. No se trata de que el niño no deba crecer, sino de valorarle por eso que es en sí mismo y que le hace ser soberano de un reino del que solo él tiene la llave.

Las palabras de la literatura hablan de esa patria perdida. Hacen vivir las preguntas, nos enseñan a ponernos en lugar de los demás y tienden puentes entre realidades separadas: el mundo del sueño y el mundo real, el de los vivos y los muertos, el de los animales y los hombres. Las palabras de la escuela deben seguir esta senda. ¿Cómo podría ponerse en contacto un maestro o una maestra, que son adultos, con un niño si no es con palabras así?

La educación debe tener un contenido romántico. Se educa al niño para decirle que en este mundo, por muy raro que pueda parecer, es posible la felicidad. Educar es ayudar al niño a encontrar lugares donde vivir, donde encontrarse con los otros y aprender a respetarles. Lugares, a la vez, de dicha y de compromiso. Donde ser felices y hacernos responsables de algo. Blancanieves huye al bosque, se encuentra con la casa de los enanitos y pasa a ser una más en su pequeña comunidad; Ricitos de oro, al utilizar los platos, sillas y camas de los osos se está preguntando sin saberlo por su lugar entre los otros. Una casa hecha para escuchar a los demás y estar pendiente de sus deseos y sueños, donde hacernos cargo incluso de lo que no entendemos, así deberían ser todas las escuelas.

Educar no es pedirle al niño que renuncie a sus propios deseos, sino ayudarle a conciliar esos deseos con los deseos de los demás. En un cuento de Las mil y una noche dos niños viven felices en su palacio, donde tienen todo lo que pueden desear. Una tarde ayudan a un anciano y este, en señal de agradecimiento, les habla de un jardín donde pueden encontrar las cosas más maravillosas. Y los niños, desde que oyen hablar de un lugar así, solo viven para encontrarlo. Adorno dijo que la filosofía era preguntarnos no tanto por lo que tenemos sino por aquello que nos falta. Eso mismo debe hacer la educación, incitar al niño a no conformarse, a buscar siempre lo mejor. ¿Para qué le contaríamos cuentos si no tuviéramos la esperanza de que puede encontrar en el mundo un lugar donde los pájaros hablan, los árboles cantan y las fuentes son de oro? Aún más, ¿si no fuera para encontrar también nosotros, los adultos, gracias a los niños, lugares así?

miércoles, 15 de agosto de 2012

Acción del SAT.

Hace poco STERM difundió un comunicado de apoyo a la acción de protesta del Sindicato Andaluz de Trabajadores, la controvertida "expropiación de alimentos".

Más gente sigue sumando apoyos a la valiente y arriesgada medida de los compañeros sevillanos, como este artículo de opinión de Pablo Bustinduy en Público:



La obscenidad y el símbolo: sobre la acción política del SAT
Pablo Bustinduy
Filósofo
Basta con ver el nerviosismo y la ira que expresan las reacciones “oficiales” para comprobar que el Sindicato Andaluz de Trabajadores hizo algo más que entrar en dos supermercados para llevarse sin pagar un puñado de alimentos de primera necesidad. En realidad lo explicaron ellos mismos, pues al afirmar el carácter simbólico de su acción, no estaban intentando restarle importancia o valor, ni mucho menos encontrar una coartada legal ante la previsible represión desmedida del Estado. De hecho, estaban haciendo precisamente lo contrario: reforzar su incontestable carácter político. A diferencia de un simple robo, por ejemplo, una intervención política no agota su sentido en la inmediatez de la acción, en el aquí y el ahora de lo que se dice y lo que se hace. Una intervención política hace siempre algo más: anuda una cosa y la otra de modo tal que la realidad aparece bajo una óptica diferente, descubriendo hechos y abriendo posibilidades que eran invisibles apenas un segundo antes, y que ahora quedan expuestos a la vista de todos.
¿Qué le da entonces su carácter político a la acción del SAT, y cuál es la realidad que su intervención ha permitido ver y plantear de manera diferente? No creo que la cosa consista simplemente, como ha explicado algún dirigente de la izquierda, en facilitar una “conversación” sobre la desigualdad y la pobreza en el marco de la situación de excepción económica que estamos viviendo. Conversar está bien, pero para ello hay que estar seguro de que uno habla el mismo idioma que aquel a quien quiere escuchar, y cada vez parece más claro que en la Europa de 2012, las palabras ya no significan lo mismo para todo el mundo. No se trata simplemente de reiterar todas las mentiras del gobierno y la oposición, los eufemismos insultantes con que llenan cada día el discurso público, ese ejercicio complejo que consiste en hacer como si la gente fuera idiota para lograr que, a base de subjetivarlos como seres pasivos, incapaces y desinteresados, los ciudadanos acaben actuando y respondiendo como tales. Se trata de subrayar algo más profundo, y es que la situación política ha entrado en una fase de obscenidad en la que ya nadie se cree del todo las palabras que oye pronunciar, y de hecho no se sabe bien si los valores que se invoca por doquier (democracia, Europa, legalidad, justicia) corresponden en última instancia a algo más que una serie de palabras huecas, a un montón de ficciones que se han quedado vacías, que ya no significan nada.
Barthes decía que lo obsceno produce “imágenes sin mirada”, y de hecho ob-sceno significa, literalmente, lo que está fuera de escena, lo que carece de un marco, de una justificación, de su inscripción en un relato o un contexto. En la nueva era bismarckiana del gobierno de la deuda, las escenas ficcionales de la democracia liberal, de la construcción europea o de la cultura de la transición han saltado por los aires, y las profundas heridas sociales que disimulaban han quedado expuestas a la vista de todos. El régimen sigue actuando en el convencimiento de que la ausencia de alternativas políticas reales hace imposible cualquier mirada sobre ellas, de la misma manera que uno no “ve” a un vagabundo que pide en el metro: uno siente su presencia, sabe que está ahí, pero opta por lo más fácil, por renunciar al deber de nombrarlo, como si así la cosa sin nombre fuera a desaparecer. De manera parecida, la troika y el gobierno cuentan con la ira o la rabia popular ante la agudización del sufrimiento, pero esperan reducirlas al escenario más fácil de manejar políticamente: el pogrom, la violencia sin palabra, la xenofobia ciega y sus amaneceres dorados. Cuentan con que esa rabia no sea capaz de darse una gramática, una efectividad y una subjetividad política propias. Por eso la acción del SAT les ha resultado tan inaceptable.
La expropiación de comida del SAT simboliza y le da una palabra política precisamente a aquello que se pretende silenciar: no solo una realidad subyacente (la pobreza, la desigualdad, el paro y el sufrimiento ciudadano) de la que hay que empezar a hablar de otra manera, sino la distancia creciente que separa al poder político de su objeto mismo, de una realidad política y social que ya no puede contener, ordenar y controlar con tanta facilidad. Esa distancia amenaza con romper la ficción básica del consentimiento, de la legitimidad del poder y de sus leyes, por la que el pueblo “autoriza” a quienes lo representan y ejercen autoridad sobre él. La efectividad del régimen jurídico-político de la propiedad, con todas sus raíces y ramificaciones económicas, productivas, legales e institucionales, se apoya en última instancia sobre ese círculo ficcional que dibuja la libertad de un pueblo durante un instante para a continuación justificar su sometimiento. Cuando el círculo se interrumpe y esa ficción se resquebraja, todo gobierno se queda desnudo y pasa a volverse inaceptable.
La acción política del SAT, y en eso consiste precisamente su grandeza, ha servido para afirmar que hay ficciones que ya no rigen, que hay frases que hoy en día se han vuelto obscenas (“la ley es igual para todos”, “la justicia y la legalidad coinciden”, “la propiedad es sagrada”, “pagar lo que se debe es una obligación moral”). En su lugar, ha planteado políticamente una serie de preguntas sencillas: ¿quién le debe a quién? ¿Y qué pasa si no pagamos? ¿De qué lado está el Estado, y qué intereses defiende en última instancia? ¿Qué sucede si somos nosotros quienes, precisamente en nombre de la justicia, decidimos no obedecer las leyes? ¿Qué pasaría si opusiéramos una ley propia, un principio de autonomía democrática, a un gobierno que se ha vuelto despótico y hostil y que, como se anunciaba en Sol, es incapaz de cimentar nuestra propia sumisión, pues ya no puede representarnos? Por eso la clase política al unísono vuelve a atizar el miedo, ese último recurso policial, entonando aquello del “o nosotros o el caos”. Lo que no dicen es que, como en el chiste, el caos también son ellos: es su mismo poder obsceno, desprovisto del manto simbólico de la ficción, cada vez más desnudo y vulnerable ante la insumisión democrática que acabará por dejarle sin nombre.

sábado, 4 de agosto de 2012

Para entender lo que está pasando

Sigue la enorme desinformación que provoca nuestra docilidad ante los recortes.

He aquí un estupendo análisis del problema europeo:


El Sr. Draghi, el euro, el BCE y el Bundesbank

 Vicenç Navarro

Público digital

Una de las frases que se han estado reproduciendo con mayor frecuencia en los medios de mayor difusión a los dos lados del Atlántico es que “el euro está en peligro de desaparecer”. Una y otra vez se subraya que el euro puede colapsarse creando un enorme problema, no sólo a los países de la Eurozona, sino a toda la economía mundial, resultado de la importancia que ha adquirido tal moneda a nivel internacional. El euro, sin embargo, no está en peligro de desaparecer. Como bien dijo el Sr. Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, en su conferencia de prensa última (02/08/12), “el euro no ha estado ni estará en peligro”. En realidad, el Sr. Draghi podría haber hecho referencia a que el euro continúa estando por encima del dólar, habiendo descendido algo desde su momento de auge, pero permanece todavía por encima del valor que muchos sectores exportadores de la Eurozona desearían. Y el hecho de que no esté en peligro se debe a que las fuerzas dominantes que determinaron su establecimiento continúan existiendo y beneficiándose de su existencia.

Aquellos que continúan insistiendo en que el euro está en peligro ignoran o desconocen cómo y el porqué se estableció. El euro se creó como un mecanismo para integrar la (dividida) Alemania post-nazi dentro de la Europa democrática. La reunificación de las dos Alemanias, deseada por la estructura de poder de aquel país, atemorizaba a la mayoría de países aliados que habían ganado la II Guerra Mundial, temiendo que surgiera de nuevo la Alemania unida frente a los países aliados (como Francia y Gran Bretaña) que habían sufrido dos veces en un siglo las ansias expansionistas de aquel país. De ahí que el presidente Mitterrand (que había dicho que quería tanto a Alemania que quería dos de ellas, en lugar de una) propusiera que el marco alemán fuera sustituido por una moneda europea –el euro-, a fin de anclar la nueva Alemania en la Europa democrática.

La condición que puso el gobierno alemán, sin embargo, fue que el euro fuera gobernado por una institución (el Banco Central Europeo, BCE) en el que el Bundesbank (el Banco Central alemán) tuviera la mayor influencia: en realidad, el BCE estaría bajo su control. La otra condición que puso Alemania fue la aprobación del Pacto de Estabilidad, que sometía a todos los países de la Eurozona a condiciones de gran austeridad fiscal, que deberían respetarse incluso en condiciones de recesión, como ahora. Para entender la aceptación de estas dos condiciones (que han tenido un impacto negativo en el crecimiento económico de toda la Eurozona) por parte de los países aliados, hay que entender el dominio hegemónico del neoliberalismo (iniciado por el presidente Reagan en EEUU y por Margaret Thatcher en Gran Bretaña) a los dos lados del Atlántico. Un promotor de tal ideología fue el capital financiero alemán, que estableció el control de la inflación como el objetivo central del establecimiento del sistema financiero europeo, centrado en el BCE, intentando a la vez disminuir el rol de los Estados y en su lugar, favorecer a la banca privada y al mundo empresarial exportador. Y así se hizo.

El Banco Central Europeo no es un banco central
Ahora bien, el problema mayor del BCE es que no era ni es un Banco Central. Un Banco Central digno de su nombre imprime dinero y compra la deuda pública de su Estado, regulando así los intereses de su deuda. Cuando tales intereses suben, el Banco Central compra deuda pública de su propio Estado y los intereses bajan. Con ello, el Banco Central protege a los Estados frente a la especulación de los mercados financieros con su deuda.

Pero el Banco Central Europeo no hace esto. Imprime dinero pero no compra deuda pública de los Estados, consecuencia de ello es que la deuda pública  de los Estados está sujeta a la especulación de los mercados financieros. Ello explica que todos los Estados de la Eurozona sean muy vulnerables a tal especulación, pues no tienen un Banco Central que les proteja. Es cierto que el BCE ha comprado deuda pública de algunos de estos Estados (a pesar del mandato que tiene de no hacerlo) cuando la situación ha alcanzado un nivel intolerable en algún país. Pero lo hace casi clandestinamente y muy a regañadientes, y en cantidades muy insuficientes. Y los mercados financieros son conscientes de ello. No hace, pues, lo que debe hacer un Banco Central, que es indicar a los mercados financieros que actuará con contundencia cada vez que se inicie un ataque de especulación, no permitiendo que éste tenga lugar. El grado de desprotección que un país puede alcanzar aparece claramente ahora en el caso de España. A pesar del enorme ascenso de la prima de riesgo, el Estado español no puede hacer nada (repito nada) para protegerse de tal ataque. El argumento de que hay que reducir el déficit público para recuperar la confianza de los mercados y dejar que éstos especulen es frívolo en extremo. El que marca los intereses de la deuda pública es el Banco Central, no los mercados financieros. Y el hecho que la prima de riesgo sea tan elevada en España se debe a que el BCE no ha comprado deuda pública desde hace ya casi 5 meses.

¿Qué hace, pues, el mal llamado Banco Central Europeo?
El BCE, en lugar de prestar dinero al Estado, ha prestado dinero a los bancos privados, a unos intereses bajísimos (menos de un 1%), y con este dinero, estos bancos compran deuda pública a unos intereses elevadísimos, de un 6 ò un 7% (como es el caso italiano y español). Es el negocio más redondo del año. Esta situación se justifica con el argumento de que tales préstamos a la banca privada garantizan la efectividad del sistema financiero y la oferta de crédito, aún cuando la evidencia de que tales préstamos repercutan en una mayor disponibilidad de crédito es muy limitada. El crédito, por lo general, no aparece ni se le espera. El BCE ya ha prestado casi 500.000 millones de euros desde diciembre de 2011 a la banca española e italiana, sin que el crédito aumentara a las familias o a las pequeñas y medianas empresas. La evidencia de esta realidad es robusta y convincente.

En este sistema financiero europeo, la banca alemana es la dominante y ello, no solo por diseño de los fundadores del euro, sino también por la enorme acumulación de capital financiero resultado de otro diseño político, consecuencia de una serie de decisiones tomadas por los sucesivos gobiernos alemanes. El gobierno Schröder tomó una serie de medidas, continuadas por los gobiernos Merkel, que potenciaron el sector exportador a costa de la demanda doméstica. En un enfrentamiento entre el canciller Schröder y su Ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, este último quería que la demanda doméstica fuera el motor de la economía alemana (y por ende, de la economía europea), para lo cual proponía una subida de salarios y aumento del gasto público, denunciando que el crecimiento de la productividad estaba beneficiando más al capital que al mundo del trabajo. El canciller Schröder, sin embargo, se opuso a esta estrategia, favoreciendo, en cambio, que el sector exportador fuera el motor de la economía, propuesta que el sector empresarial y financiero apoyó y que se impuso, facilitando la acumulación de capital a costa de mantener una escasa demanda doméstica. Ello generó una enorme concentración de euros en el sistema financiero que, en lugar de mejorar los salarios de los trabajadores alemanes (como Oskar Lafontaine deseaba) compró deuda privada y pública en los países donde había una mayor rentabilidad de aquella inversión financiera, que era precisamente en los países periféricos de la Eurozona, incluyendo España. El origen de la burbuja inmobiliaria en España es precisamente el flujo de capital financiero del centro, incluyendo Alemania, a la periferia, flujo que fue facilitado también por la escasa capacidad adquisitiva de la población española (resultado de la disminución de las rentas del trabajo durante los últimos quince años) y consiguiente necesidad de endeudamiento.

¿Cómo aparece la crisis en España?
Cuando la banca alemana paralizó el flujo de capital financiero a la periferia (como consecuencia del pánico que le entró al verse contaminada con los productos tóxicos de la banca estadounidense) las burbujas inmobiliarias colapsaron, creando un agujero en el PIB español de un 10% (y todo ello en cuestión de meses), disparando el desempleo y los ingresos al Estado, apareciendo con toda su crudeza el enorme déficit estructural público de España (que había sido causado por las grandes rebajas de impuestos en tiempos de bonanza) y que había estado ocultado por el crecimiento del gasto público, resultado de la burbuja inmobiliaria. El enorme crecimiento del déficit público del Estado no se debía, como decía el pensamiento neoliberal dominante de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), al disparo del gasto público, sino al colapso de los ingresos al Estado. De ahí que las medidas de austeridad que se han estado imponiendo no tienen ninguna oportunidad de resolver el problema del déficit público, el cual sólo se puede reducir a base de incrementar los ingresos al Estado mediante el estímulo del crecimiento económico y de las reformas fiscales progresistas que faciliten el aumento de estos ingresos, aumento necesario para resolver el mayor problema, no sólo humano y social, sino también económico, que existe en la Eurozona (y en España), y que es el desempleo.

¿Cuál es el propósito de la supuesta ayuda financiera?
La narrativa oficial es que tal ayuda viene a ayudar al sistema financiero español. La realidad, sin embargo, es distinta. Su objetivo es ayudar a que los Estados (incluyendo España) y los bancos de la periferia a que paguen su deuda a los bancos del centro de la UE, y muy en especial a la banca alemana. En realidad, hubiera sido una medida más eficiente (que la transferencia de fondos a los bancos) el que tales fondos se hubieran distribuido a la población endeudada así como a las pequeñas y medianas empresas y al Estado (tanto central como autonómico) a través de agencias de crédito estatales como el Instituto de Crédito Oficial (ICO), proveyendo crédito a intereses bajos, resolviendo así el enorme problema de falta de crédito. La experiencia muestra que transferir estos fondos a los bancos no resolverá tal problema. La población está enormemente endeudada, y el Estado también. Pero tales “ayudas” financieras no están, en contra de lo que dice el discurso oficial, orientadas a ayudar a los países sino a los bancos del centro de la Eurozona y muy en particular, los bancos alemanes, como indica Peter Böfinger (Chatterjee, Pratap, “Bailing Out Germany: The Story Behind The European Financial Crisis”, 28/5/2012), consejero económico del gobierno alemán. Un tanto igual ocurrirá con la intervención que el BCE desea que ocurra en España (puesto de manifiesto en la última conferencia de prensa del Sr. Draghi) pues, como ha ocurrido en Grecia, Portugal e Irlanda, el objetivo principal de tal intervención es que los acreedores reciban su dinero.

¿Dónde está el problema del euro?
El hecho de que el Estado español tenga dificultades en obtener liquidez, y que esté en dificultades, no quiere decir que el euro esté en dificultades. En realidad, este desequilibrio en la disponibilidad de crédito le está yendo muy, pero que muy bien a la banca alemana (receptora ahora de un enorme flujo de capitales de la periferia al centro) consecuencia de la inseguridad financiera existente en la periferia. La fuga de capitales de la periferia al centro está descapitalizando a los países periféricos y enriqueciendo a los bancos y al Estado alemanes (los bonos del Estado alemán son hoy los más seguros del mundo, junto con los estadounidenses).

La situación que se llama de crisis, no es crisis del euro. A los países de la Eurozona periférica, el sistema de gobierno del euro les está yendo fatal. Pero, repito, ello no quiere decir que el euro se colapsará. Sólo colapsaría si los países periféricos abandonasen el euro, lo cual es casi imposible, y ello por razones políticas. Las medidas que se están tomando en la periferia (en teoría para salvar el euro, el cual está en muy buena salud), están favoreciendo a las clases dominantes de aquellos países. Las burguesías de los países periféricos están utilizando la crisis para conseguir lo que siempre han deseado: reducir los salarios, eliminar la protección social y desmantelar el Estado del Bienestar. Y todo ello con el apoyo de la troika. Así, cuando Mario Draghi llamó a Zapatero antes, y a Rajoy ahora, lo que le pide es que, a condición de que les ayude, desarrollen las políticas de confrontación con el mundo del trabajo (y esto es lo que ocurrirá si España está intervenida). Y en su conferencia de prensa, Mario Draghi no podía ser más explícito. Indicó que la ayuda del BCE estaba condicionada a la desregulación de los mercados laborales y a la reducción del gasto público (del cual la mayoría es el social). Es lo que Noam Chomsky ha llamado la guerra de clases unidireccional (ver su introducción al libro Hay alternativas deVicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón). Se ha establecido así una alianza de las clases dominantes (que Jeff Faux definió en su día como la lucha de clases a nivel mundial) que ahora toma lugar a nivel europeo.

Nos encontramos, pues, en una situación en la que la troika (que representa los intereses de la burguesía financiera y exportadora alemana y de otros países del centro) coincide con las burguesías financieras y empresariales de la periferia, en que el euro permanecerá, pues está sirviendo a sus intereses. Lo último que el establishment alemán desea es que Grecia, España, Portugal, Irlanda y ahora Italia, dejasen el euro. Esto significaría el colapso de la banca alemana, que posee 700.000 millones de deuda pública y privada de estos países.

Y las burguesías periféricas tampoco desean salirse del euro porque les permite conseguir lo que siempre han deseado, externalizando la responsabilidad. Es más, salirse del euro abriría un enorme interrogante sobre su propio futuro. De ahí que de tal alianza de clases puede concluirse que tendremos euro para rato. Así de claro.