En una operación dirigida por la Audiencia Nacional,
efectivos de la Policía detuvieron ayer a cuatro madres y cuatro padres,
y desarticularon así la cúpula de la Confederación Española de
Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA). En la operación
requisaron varios ordenadores que están siendo analizados, y abundante
material propagandístico relacionado con la huelga política y
antisistema convocada para el jueves, con la que pretendían violar el
derecho de los niños a la educación. Los detenidos, que permanecen
incomunicados y cuyos hijos han quedado bajo tutela judicial, podrían
estar además relacionados con un delito de fraude en el cobro de
subvenciones, y tendrían vínculos con otras organizaciones antisistema.
Sí, la noticia es inventada, pero díganme la verdad: si mañana leen
algo así en uno de esos periódicos mamporreros que todos conocemos, ¿se
sorprenderían? No demasiado. Se indignarían, se asustarían, pero poca
sorpresa, porque no sería la primera vez ni la última que una acción de
protesta acaba convertida en delito, que una lucha social se convierte
en problema de orden público, o que un fiscal, un ministro, un jefe de
policía, o todos a una, entran como elefante en cacharrería en algún
conflicto social.
Sí, lo de las madres y padres
detenidos suena exagerado, pero yo ya me creo cualquier cosa. Porque la
lista de casos similares es larga y está lejos de cerrarse. Hagan
memoria: asociaciones estudiantiles, huelguistas, sindicalistas, okupas,
independentistas, manifestantes anticlericales, piratas informáticos,
universitarios que ocupan una capilla católica en el campus, anonymous
con careta, 15-M, 25-S…
Todos los citados (y muchos
otros que ya no recordamos) recibieron el mismo trato: criminalización,
persecución policial, denuncias, intoxicación informativa, portadas
difamantes de la prensa amiga. Y no hablemos ya de quienes, en Euskadi,
sufrieron durante años la barra libre de la teoría del entorno, en la
que bastaba decir “ETA” para que a la mayoría se le embotasen los oídos y
mirase para otro lado ante los excesos policiales y judiciales. Que se
lo pregunten a Martxelo Otamendi, al que diez años después un tribunal
(no español) ha hecho justicia por las torturas sufridas.
Tras las palabras del ministro Wert llamando antisistema radicales a
madres y padres, ayer el portavoz del PP en el Congreso, Alfonso Alonso,
dio el siguiente paso, todo un clásico: escribir Batasuna y padres en
la misma frase. Recordemos que, durante años, a todo disidente social,
laboral, político o vecinal se le investigaba a fondo para encontrarle
algún vínculo, por débil que fuese, que permitiera escribir ETA (o
Batasuna) junto a su nombre en la misma frase. Ayer Alonso, después de
soltarlo, dijo que no, que no quería comparar, pero el titular ya estaba
construido.
Yo pensaba que con la desaparición de
ETA ya no podrían recurrir a la bicha habitual, pero se ve que
sí. Aunque tampoco es necesario: siempre podremos relacionar al
protestón de turno con algún cobro irregular de subvenciones (aunque
luego quede en nada), recordar su militancia pasada en algún partido
político o sindicato (que es cosa de mucho desprestigio por esta tierra,
ya saben), buscar en el registro de la propiedad para encontrarle un
terrenito rural o un piso con dos baños con que presentarlo como
potentado, o sacarle una foto cenando en un restaurante caro. Cualquier
cosa nos vale.
En el caso de las madres y padres que
dirigen la CEAPA, estos días estarán los sabuesos escudriñando sus
biografías para encontrar algo, por escaso que sea, que pueda ser
agrandado en titulares y arrojado sobre ellos. Ya ayer, además de
repetir lo de “antisistema” y “ultraizquierda” en toda la prensa de
derecha, uno de los periódicos más aficionado a estas campañas insinuaba
que la huelga podía ser una “venganza” de la CEAPA por haber visto
reducidas sus subvenciones, y relacionaba a sus dirigentes con "la
izquierda política y sindical".
Tenemos una derecha
de piñón fijo, incapaz de otra respuesta que no sea la criminalización,
el miedo y la difamación mediática. Ante cualquier protesta que
considere amenazante, siempre tiene la misma respuesta, esa que le ha
funcionado tantas veces y que por eso sigue desenfundando. Sin embargo,
ante el malestar social que va a más, tendrán que inventar otra cosa,
porque esas campañas no sirven.
No sirven porque, a
fuerza de abusar del mismo truco, somos ya demasiados los que alguna vez
hemos sido englobados entre los antisistema, radicales y
ultraizquierdistas. Esta semana, de una tacada, pueden haber arrojado a
las filas de la subversión a varios cientos de miles de familias que no
llevaremos a nuestros hijos al colegio el jueves en protesta por el
desmantelamiento del sistema educativo. Pero además, cada vez somos más
los que, cuando nos llaman antisistema o radicales, no nos ofendemos.
Son ellos los que, igual que durante años fabricaron nacionalistas e
independentistas en masa con sus políticas de confrontación, ahora están
convirtiendo en antistema a millones de ciudadanos que compartimos una
idea: si el sistema son ellos, por supuesto somos antisistemas.
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